miércoles, 3 de junio de 2015
¿Por qué viajo?
Esta pregunta me la han hecho varias veces, incluso antes de habérmela hecho yo mismo. Gracias a ello me tuve que poner a pensar en esa respuesta. Al principio decía lo primero que se me venía a la cabeza, que era realmente la razón por la que salí a viajar. Que me gusta viajar, que tenía ganas de salir a ver, conocer, salir a la aventura.
Pero la pregunta seguía rondando en mi cabeza (me gusta cada tanto volver a preguntarme cosas así, para ver si sigo por el camino que quiero recorrer, el “recalculando”, para actualizar la ruta) y con el tiempo esa respuesta rápida me empezó a quedar chica y a tener un sabor a superficial, empecé a sentir que había algo más que me movía además de mi gusto por viajar, de las ganas de ver, de conocer y de aventura.
Hay gente que viaja y se saca fotos saltando en cada lugar que conoce, conocí una pareja así en Calafate y tuve el honor se saltar junto con ellos; otros tienen una meta geográfica, como por ejemplo de “Alaska a Ushuaia”; algunos viajan por una causa solidaria y otros simplemente viajamos, como en mi caso. Muchas veces me he puesto a pensar que debería tener una bandera para agitar en mis viajes, algo que difundir, un mensaje, ALGO. Pero me cansé de pensar, todo lo que se me ocurría me parecía muy trillado y cualquier cosa que hubiese salido en ese momento de esfuerzo de imaginación no me iba a sonar natural y espontaneo, porque realmente no iba a serlo. Así que renuncié a ese esfuerzo y seguí como siempre.
Un día mientras hablaba con la persona que en ese momento hacía las veces de chofer, aunque también hizo de amigo, compañero y confidente por ese rato, salió el tema de la violencia y de las cosas que pasan, me decía que tenga cuidado y entre risas me decía que estaba loco por viajar así. En ese momento, después de agradecer sus hermosos y sentidos consejos, me escuché diciéndole que también hay gente muy buena, que hay muchas personas con ganas de ayudar y compartir. Siempre con la precaución que hay que tener, como en cualquier parte en que uno se encuentre, porque tampoco soy un inconsciente y sé que pasan cosas muy feas en este mundo. Le conté algunas anécdotas como las veces en que familias me abrieron las puertas de su casa y me dejaron compartir con ellos como si fuera uno más de la familia o cuando personas se desviaron de su ruta sólo para dejarme en un lugar mejor, o en la puerta de mi lugar de destino. Con los ojos llenos de lágrimas le dije que ESO me llena el corazón, pequeñas cosas que realmente no son nada pequeñas.
Ahí apareció la respuesta. Entonces ¿por qué viajo? Para eso, para comprobar que hay ángeles por todos lados y para llenarme el corazón con esos pequeños gestos gigantes.
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